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Territorio y urbanismo

Arquitectura y smart city: una revisión desde la paradoja de las palabras

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¿Tenemos claro de que hablamos cuando nos referimos a arquitectura y Smart Cities? Pia Fontana y Miguel Mayorga de mayorga+fontana arquitectos proponen unas reflexiones para revisar algunos aspectos sobre un tema en continua evolución en el que abundan tópicos, lugares comunes y malos entendidos. Se trata de mucho más que de tecnología.

(Foto: mayorga+fontana arquitectos)

La paradoja de las palabras: la diferencia está en los puntos. ¿Smart o S.M.A.R.T.?

Las palabras están allí y nosotros las exaltamos, condenamos o banalizamos. Hay palabras que de tanto usarlas pierden valor, se cargan de significado negativo, se llenan de prejuicios, se desgastan. También las ciudades están allí y no necesitan ni apellidos, ni marcas. Desde nuestra perspectiva como arquitectos y ciudadanos sabemos muy bien que en cada ciudad conviven realidades que impiden catalogarlas de una manera definitiva, porque son todas y ninguna a la vez.

Esta es la gran lección, siempre actual, de Las ciudades invisibles de Italo Calvino, la unidad y la multiplicidad como valores contrapuestos y complementarios. ¿Porqué entonces en los últimos años las ciudades van en búsqueda de apellidos y de etiquetas? Ciudades sostenibles, inteligentes, ecológicas, verdes, resilientes, Smart… Palabras que van perdiendo su significado de tanto usarlas.

¿Porqué esta necesidad de aparecer en rankings y de ser catalogadas? En búsqueda de una “etiqueta” las ciudades se presentan a menudo como un pack unitario, uniforme y homogéneo, olvidando por completo su fragmentariedad, su diversidad y su complejidad, valores que no se pueden perder, ni obviar aunque quisieran.

En búsqueda de una “etiqueta” las ciudades se presentan a menudo como un pack unitario, uniforme y homogéneo, olvidando por completo su fragmentariedad, su diversidad y su complejidad

Smartland y smart cities

“La palabra clave de la Smart City no es tecnología es ciudadanía”. Dalla Smart City alla Smart Land. Roberto Masiero. (mayorga+fontana arquitectos).

¿Y si nos fuéramos de nuevo a la deriva como Guy Debord con los Situacionistas, en búsqueda de nuevos espacios para explorar y lugares para hacernos preguntas, donde la ciudad lúdica reclama su espacio frente a la ciudad burguesa? Dónde la ciudad reclama el espacio de la vida real que pide ser interpretado y comprendido para avanzar de nuevo. La búsqueda de marca es muy diferente a la búsqueda de identidad. La ciudad sigue existiendo con todos sus conflictos y contradicciones a pesar de su “imagen-marca”. Y se resiste en muchos de sus espacios a ser catalogada y encasillada.

¿Qué es una smart city? (Para un arquitecto)

De las diferentes palabras y etiquetas hay una que ha ido ganando sobre las otras, Smart, que se usa para definir una ciudad asociada de manera equivocada, pero indivisible, a continuada innovación tecnológica y uso de datos para construir una urbe futurista, utópica -o ¿distópica?- donde los ciudadanos vivirán “supuestamente” mejor.

En lo últimos meses, en varias ocasiones hemos tenido la oportunidad de conversar con amigos y conocidos arquitectos sobre lo que era para ellos las Smart Cities o ciudades inteligentes. Lo que nos ha sorprendido no han sido tanto las respuestas, si no la premisa unánime: “No tengo una opinión formada sobre el tema, no lo he pensado mucho”, pero: “¿Es esto de sensores, semáforos y coches eléctricos?. “Lo Smart no va conmigo creo que es una tema de ingenieros y de informáticos”. “El Big Data es solo una forma de control, no sé encontrar datos y no sé si confiaría en ellos”. “Es sinónimo de ciudad capitalista y neoliberal”. “Es una ciudad utópica, no estamos preparados, pero es importante”. “Tenemos un potencial de información que no sabemos aprovechar”. “Si supiera mejor como, me gustaría incorporar el uso de los datos y de la tecnología para el proyecto”. “Es una preocupación de las nuevas generaciones, pero en un futuro allí llegaremos si lo hacemos bien”.

 

Los avances técnicos o tecnológicos de los materiales o de las infraestructuras han ido marcando desde siempre la evolución en el diseño de edificios y ciudades

Una mezcla entre desconfianza, desconocimiento, inercia o curiosidad demasiado optimista hace que muchos arquitectos no sepan bien como enfrentarse, a través de su profesión, a los retos que supone una revolución tecnológica en marcha. La tecnología no podrá nunca substituir el buen diseño, sino complementarlo. Los avances técnicos o tecnológicos de los materiales o de las infraestructuras han ido marcando desde siempre la evolución en el diseño de edificios y ciudades. Han definido de manera contradictoria su evolución y avance, así como, a la vez, el deterioro de los recursos, según comenta el ingeniero Manuel Herce.

Es suficiente pensar como se han levantado grandes edificios gracias a nuevos materiales como el vidrio y el acero, a inventos como el ascensor, las escaleras mecánicas o los sistemas de aire acondicionado. Edificaciones que se han convertido en símbolos de la modernidad que muchos admiramos por su desafío a la técnica y por sus soluciones formales que, sin embargo, en algunos casos, han sido construidas ignorando completamente las condicionantes del entorno.

En el reciente capítulo “Casi cero” del programa Escala Humana se aborda este tema en el ámbito de la edificación. Aquí se deduce que ya no se puede no tener en cuenta la tecnología como soporte fundamental de la proyectación y como posterior ayuda como sistema de gestión de la arquitectura. En los proyectos allí mencionados de Patxi Mangado, Iñaki Ábalos o HArquitectes se hace referencia a equipos de proyectación transdisciplinar, donde lograr la eficiencia energética es un objetivo a cumplir ya ineludible, sin perder de vista los criterios sensatos de buen diseño basado en las condicionantes del lugar, en la orientación óptima, en el aprovechamiento de los recursos existentes para conseguir mejoras energéticas así como ambientales y de habitabilidad.

Nuestro reto consiste en ser capaces de transformar la tecnología en un medio y no en un fin y de reconocer el papel de la historia como antídoto contra el “síndrome de Adán” de los tecnólogos. El ciudadano es el primer y principal sensor de la ciudad

Sin embargo advierte el arquitecto Iñaki Ábalos “Muchas veces nos preocupamos solo del edificio. Por ejemplo, los Ranking Systems - los sistemas de evaluación medioambiental, ¿no?- solo se preocupan de cómo son lo balances energéticos internos, pero hay que decir, y con mucha claridad, que todos estos sistemas, o prácticamente todos los sistemas de evaluación energética, no consideran la ciudad y el espacio público y la inmensa mayoría de las tecnologías que tenemos utilizan la ciudad como vertedero energético. Es decir te acuerdas cuando en la Edad Media se hablaba de lo de ¡agua va! Y tiraban a la calle todos los vertidos residuales? Bueno pues ahora hay ¡energía va!.

Las relaciones en el espacio urbano o “mide lo que importa”

Tener acceso a datos, seleccionarlos, visualizarlos y utilizarlos para el proyecto es un insumo más y una posibilidad de plantear soluciones más eficientes y/o de entender y redireccionar procesos. La ciudad es dinámica y cambiante. Por lo tanto, hay que visibilizar tanto formas como relaciones, actividades y condiciones ambientales, para descubrir patrones, “cosas y relaciones entre cosas” como dice el urbanista Nuno Portas, y patrones como los del movimiento “líneas de deseo de las que hablan los ingenieros en sus bellísimos mapas” como comenta la arquitecta Denise Scott Brown. “Mides lo que te importa” dice Jan Gehl en el segundo capítulo del documental La Escala Humana.

“Hoy en día, el mapeo urbano está de moda entre los arquitectos, pero no utilizan sus capacidades reales. Superponen distribuciones…[…] Las distribuciones sirven como heurísticas para la creación de formas, pero su contenido, las relaciones que representan, son irrelevantes. Nosotros mapeamos las relaciones urbanas: actividades y patrones económicos que muestran un vínculo entre actividades o crecimiento; también variables sociales y poblacionales y patrones naturales de pendientes y agua. Luego relacionamos las actividades de nuestro programa del edificio. De modo que nuestros diseños se convierten, en un mismo nivel, en interpolaciones y extrapolaciones de nuestros mapas. Y esto es válido no solo para la planificación urbana y del sitio, sino también para los planos de los edificios. Aplicamos ideas desde el uso del suelo y la planificación del transporte a los diseños de los edificios de laboratorio, y nuestros patrones de actividad fluyen desde adentro hacia afuera y viceversa”.

Denise Scott Brown

Una mayor información sobre el entorno, la ciudad y la arquitectura, la movilidad, las redes de servicios, las actividades, las condiciones ambientales o sobre la manera en que los ciudadanos viven y se mueven nos da más certezas a la hora de proyectar también el espacio público. Disponer de esta información nos ayuda a entender que no hay que ser épicos, y que si debemos tener el coraje de tomar decisiones. El Big Data no es más que un conjunto de datos y como arquitectos deberíamos que ser capaces de elegir lo que necesitamos así como de escoger y/o prescindir de ellos. Hoy más que nunca debemos ser capaces de conocer lo existente y trabajar con ello; recurrir al espesor cultural implícito en nuestra formación; y poner en práctica nuestra capacidad de articular información y disciplinas para tomar decisiones para el proyecto. Competencias aún muy necesarias en nuestra profesión.

Si hacemos una rápida búsqueda en Google sobre lo qué es una Smart City podemos verificar que hay un enfoque reiterativo sobre el papel de la tecnología como su elemento más definitorio. Algo innegable como marca identitaria de la revolución digital del siglo XXI. Así lo explica también José Fariña, arquitecto y catedrático de Urbanismo, en “Smart Cities los inventos de TBO”, y en “Smart Cities y democracia”. Nuestro reto consiste en ser capaces de transformar la tecnología en un medio y no en un fin y de reconocer el papel de la historia como antídoto contra el “síndrome de Adán” de los tecnólogos. El ciudadano es el primer y principal sensor de la ciudad.

Bajo el enfoque y el paradigma actual, “La “Smart City” no es una herramienta adecuada para afrontar los problemas básicos de los contextos urbanos. Pero puede ayudar si el control lo tiene la comunidad y si cuenta con sistemas abiertos”, dice José Fariña. Hay paradigmas, ambigüedades, paradojas, mitos y riesgos en lo Smart pero también potenciales. Por ejemplo, el acceso a los datos que supone un control, puede ser en realidad un insumo para el proyecto; la manipulación de la participación ciudadana para encubrir o divagar sobre decisiones, puede evitarse promoviendo proyectos técnico-participados; el corporativismo de las empresas tecnológicas se contrasta a través de políticas públicas eficaces y el exceso de tecnocracia ha de afrontarse asumiendo que la tecnología es un medio y nunca un fin .“La ciudad y la vida urbana cambian como también “el modo en que la arquitectura viene producida y vivida” dice Roberto Masiero y “La arquitectura es técnica pero también política”, añade Richard Rogers.

Rogers Londres

“El único camino a seguir, si vamos a mejorar la calidad del medio ambiente, es involucrar a todos”. A Place for All People. Life, Architecture and the Fair Society. Richard Rogers & Richard Brown. (mayorga+fontana arquitectos).

Más que usar tecnología, ser “Smart” es una actitud

Volvamos al significado de las palabras. ¿Hay una definición definitiva de Smart City? Creemos que no, porque se trata de una actitud. En el Cambridge Dictionary la palabra “Smart” tiene varios significados: inteligente, listo, despierto, arreglado, elegante. Una palabra que, asociada a las ciudades, se ha traducido siempre como inteligente, aunque tenemos que pensar que no hay ciudades inteligentes sin aproximaciones inteligentes.

Ser Smart no es necesariamente sinónimo de ser listos sino también de ser recursivos. “Ser Smart quiere decir: colaborar en vez de competir, hacer sistema más que dominar, poner continuamente en relación”. Así lo explican Aldo Bonomi y Roberto Masiero en “Dalla Smart City alla Smart Land”, donde explican como el debate sobre temporización de semáforos, organización de parkings y localización de sensores ha distorsionado la mirada y, en su lugar, ha puesto la atención sobre un tema funcional, haciendo perder de vista un enfoque de más amplio espesor cultural.

La relación entre arquitectura y Smart City también enseña la forma de afrontar el proyecto vinculado con la capacidad de comprender el entorno, de ser estratégicos, sinérgicos, de hacer más con menos y aprovechar mejor los recursos disponibles incluida la tecnología más avanzada, si es necesaria. Se trata de ser “Senseable”, en el doble sentido que tiene en inglés: ser capaces de sentir y ser sensatos, tal como lo indica Carlo Ratti.

En definitiva, es necesario actuar con coraje, sensatez y responsabilidad, entender nuestro entorno y el tiempo en el que vivimos, actualizar enfoques, métodos y herramientas, con una predisposición hacia arquitecturas y ciudades donde lo colectivo, lo común, lo relacional, lo sensato y lo recursivo adquieran el peso que le corresponde en el proyecto.

“Ser Smart quiere decir: colaborar en vez de competir, hacer sistema más que dominar, poner continuamente en relación”

¿Y si, para cerrar nuestra reflexión, nos ponemos a jugar con la palabras como el profesor Grammaticus en “Il libro degli errori” de Gianni Rodari? ¿Que pasa cuando unos puntos se ponen en medio de las letras? Y si en lugar de Smart escribimos S.M.A.R.T? La palabra se convierte en muchas palabras: Sensata. Medible. Accesible. Real. a Tiempo.

¡Lo que hacen unos puntos!

Si te ha resultado interesante, recuerda que los dos autores del artículo también dirigen el curso Hacia el diseño de calles más habitables para una ciudad más Sensata, Medible, Accesible Real y a Tiempo. S.M.A.R.T.

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